Si en el primer Pekín Express nos emocionó la tremenda hospitalidad de los rusos, que ofrecían comida y alojamiento sin pedir nada a cambio, sin conocer de nada a sus inesperados huéspedes, en China, un país de contrastes, vuelve a suceder.
En una de las primeras etapas, Alazne, junto con su madre, son acogidas por una familia donde la matriarca les ofrece comida y algo más, un algo más inexplicable que nace del sentimiento, más allá de la comprensión, los idiomas y las palabras, hasta el punto de convertir simples horas en una experiencia inolvidable que pareciesen años.
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